Al cierre del primer trimestre de 2018 la tasa de inflación acumulada en Colombia, vista a través del crecimiento de los precios de los productos que integran la canasta básica de consumo de los hogares se situó en el 1.58 por ciento, mientras que la de Riohacha fue 0,65 por ciento, evidenciando que el Distrito Turístico y Cultural es la segunda ciudad con el menor índice de inflación de país.
En ella los precios que más subieron fueron educación, salud y transporte. Por sectores sociales, los de bajos, medios y altos ingresos se vieron afectados casi de manera igualitaria. El caso de Riohacha, puede ser un ejemplo, en donde el bajo crecimiento de los precios refleja una crisis en otras variables y dimensiones del desarrollo.
El bajo crecimiento de los precios, tiene una interpretación desde la oferta de los bienes y servicios que se consumen, así lo considera Cesar Arismendi Morales, director del Centro de Pensamiento para el Desarrollo Guajira 360°.
«En este caso, Riohacha no cuenta con la suficiente base productiva para garantizar un abastecimiento permanente que permitan la estabilidad relativa o el bajo crecimiento de los precios que muestra el Dane», advierte Arismendi Morales.
Riohacha es una ciudad “importadora” de alimentos y las vulnerabilidades en la seguridad alimentaria existentes, generan las condiciones perfectas para que los precios suban.
La estabilidad relativa de los precios tiene otra perspectiva de análisis desde la demanda. Ella está relacionada con la confianza del consumidor, el nivel de empleo, la disponibilidad del ingreso, la productividad e informalidad laboral existente al interior de la economía. En el caso de Riohacha, el bajo crecimiento de los precios de la canasta básica se explica más por las condiciones de la demanda que de la oferta.
«En el balance económico 2017 y en las proyecciones del 2018, resaltamos que la reactivación de la economía regional y local pasa por la ampliación del gasto del gobierno territorial, el cual luce contraído con los problemas de gobernanza y los permanentes reemplazos de mandatarios que se han producido en los últimos 6 años. A ello se le suma la existencia de una tasa de desempleo del 15.3 por ciento, de las mayores del país y una tasa de informalidad laboral del 65.1 por ciento, muy superior al promedio nacional», puntualiza Arismendi.
La contracción del gasto del gobierno, el alto desempleo y la informalidad laboral, trae consigo una disminución de los ingresos disponibles en los hogares, lo cual repercute en la merma de la capacidad de consumo. En esas condiciones, no se generan altas presiones sobre la oferta disponible y los precios crecen muy poco.
Muchas veces y dado que los consumidores son racionales, esta situación lleva a que los hogares cambien el perfil del consumo interno, es decir, inicien un proceso de substitución de bienes y servicios. Por ejemplo, cambian la carne de res por las vísceras de res. No consumen pollo, sino menudencias, productos que resultan ser más económicos.
Algunos hogares tienden a substituir el aceite por el sebo. Detrás del bajo crecimiento de los precios, puede haber una crisis en la economía local que incide en el comportamiento de los hogares, especialmente, cuando sus miembros van a la mesa a tomar sus alimentos.