Esta es la comunidad indígena que lucha por sobrevivir en el distrito de Riohacha.
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A 17 kilómetros de Riohacha, entrando por Cucurumana, se encuentra la comunidad de Cascabel un territorio ancestral desolado y olvidado por quienes en épocas de campañas van buscando apoyo pero luego se olvidan y las promesas se las lleva el viento.

Por trochas en medio de trupillos y cardones se llega a Cascabel, la comunidad indígena conformada por 22 familias aproximadamente, quienes en medio de la nada se conforman con la esperanza de que algún día todo cambiará, por lo menos para sus hijos quienes a pesar de la dura realidad siempre tienen una sonrisa para regalar.

Esta Comunidad indígena padece de todo, no posee vías de acceso y en épocas de invierno los caminos se vuelven intransitables, sus habitantes consumen el agua de un jagüey que ellos mismos construyeron, ahí se bañan y beben sus animales.

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“Este jaguey fue realizado hace bastante tiempo, pero por los cambios del clima no siempre tiene agua, esta que tiene es de las lluvias que cayeron recientemente y puede durar hasta principios de diciembre” explicó María Angélica Vangrieken Vangrieken, señalando que para tomar de esa agua solo esperan a que se siente un poco la arena y torne clara.

María Angélica 

Ella al igual que Rosiris siempre están pendiente de sus hermanos wayúu, apoyan a la autoridad tradicional, Adán Pushaina, quien por su avanzada edad y complicaciones de salud muchas veces no puede diligenciar, son ellas quienes hacen las maneras de gestionar las ayudas particulares con amigos o conocidos, pero estas no son permanentes ni suficientes, tampoco dan una solución verdadera.

Comenta que los habitantes se encuentran totalmente desasistidos y el único programa de gobierno con el que cuentan es el de modalidad propia del ICBF que funciona en un aula autóctona y brinda atención a 20 menores: 15 en ración y cinco entre bebés y madres gestantes.

“No tenemos escuelas, las que están se encuentran muy retiradas y los niños prefieren no estudiar por todo lo que les toca caminar, aquí la enramada funciona como especie de aula satelital con una docente de la comunidad, pero la educación no es la más apropiada”.

No tienen acceso a la salud o atención médica, ante las emergencias deben trasladarse a Riohacha en moto; a los niños se les nota como si estuvieran enfermos, sus padres dicen que a diario les da fiebre y diarrea. En esta oportunidad hasta la misma autoridad está recuperándose de una intervención reciente

“Cuando el señor Adán estuvo en el hospital toda la comunidad padeció, porque la única moto disponible es del hijo y este se encontraba en el hospital con él, esos días no hubo como ir por el agua para la comida de los niños ni ingreso económico para la comida de los adultos”, indicó Rosiris Barliza Riveira.

Los jóvenes se dedican al pastoreo, los que cuentan con moto ofrecen sus servicio de sacar hasta un punto a las personas que llegaran a Riohacha, otros tejen fajones y manillas, las mujeres por lo general se encargan de tejer mochilas para la venta pero estás son mal remuneradas y las venden al precio que sea pues de eso depende la comida del día.

“Si no venden nada no comen, el trabajo es impecable, las mochilas son divinas pero no son bien pagadas por los comerciantes, quienes las adquieren a un bajo costo para luego revenderlas y tecnificadas”, indica Rosiris Barliza, quien hace un llamado a valorar el trabajo artesanal de esta etnia.

La supervivencia de estas personas está en consumir agua potable, pero no tienen como acceder a ella, este es un impedimento para mantenerse sano, de lo contrario siempre alguien de su núcleo familiar estará enfermo, su vida se irá desmejorando y corren el peligro de irse extinguiendo.

“Queremos sensibilizar a los corazones y que a través de la visita que hemos recibido nos ayuden aunque sea con el pozo de agua, solo pedimos eso, ahora si nos traen colegios, aulas, materiales para la artesanía, medicamentos o alimentos, todo lo recibiremos con los brazos abiertos”, puntualizó Rosiris Barliza Riveira.