

No habían pasado horas después que el ministro de salud Fernando Ruiz, anunciaba que el departamento de La Guajira había sido escogido para vacunación masiva, cuando ya se respiraban aires de esperanza, felicidad y confianza, mucha confianza en toda la bella península.
En cuestión de días, las calles de los municipios guajiros volvieron a la normalidad. Esa que es mentirosa, esa que no existe, y que pareciera inducir a la población a un estado de somnolencia, en la cual nadie pareciera entender todo el grave riesgo que se está corriendo.
En el departamento de La Guajira pareciera que se erradicó la covid-19. Sus habitantes salieron de sus casas desaforadamente. El tráfico volvió a ser caótico. El alcohol volvió a hacer de las suyas, y los mercados lucen atiborrados.






Todo eso podría estar (si se da por hecho que así era todo antes de la pandemia), si y sólo si se tomaran toda clase de medidas de distanciamiento social. Pero paulatina y secuencialmente, la población ha venido entrando en una zona de confort como consecuencia de la sobreconfianza, desafortunadamente.
Todo esto ocurre frente a la mirada impávida de los mandatarios. Con lo cual, sólo se puede concluir que ellos también creen que, con la vacunación masiva del departamento la pandemia ya no toca a los predios guajiros.
Desde este rincón escrito, elevamos las alertas para que las autoridades retomen la persuasión de los mecanismos de protección y se sigan implementando las normas de aislamiento social.
Es crucial que se entienda que con la vacunación solo se disminuye el impacto del virus, pero que eso no representa ni constituye alguna inmunización. De hecho, la sobreconfianza podría provocar contagios masivos que superasen los que se tuviesen sin vacunación masiva, todo por cuenta de la irresponsabilidad popular y la falta de comunicación social frente a estos temas.
El regreso a la normalidad es motivo de alegría, pero debe hacerse con responsabilidad.