La comunidad wayuu en Riohacha está de luto tras la trágica muerte de Adriana Barros Epieyu, una mujer de 32 años perteneciente a esta ancestral etnia, quien fue víctima de un atropello en la madrugada del pasado domingo. El accidente, que ocurrió en la calle 15 con carrera 25, dejó un vacío profundo entre sus familiares y allegados, que ahora enfrentan el dolor y la incertidumbre que deja la partida repentina de una mujer que formaba parte del tejido cultural.
Según testigos y las primeras versiones, Adriana se encontraba compartiendo momentos con amigos, tomando bebidas embriagantes en un estanco cercano, cuando el fatal accidente sucedió. Al parecer, un desequilibrio la llevó a terminar expuesta en la vía, justo en el instante en que un vehículo, cuyo conductor huyó del lugar sin dejar rastro, la embistió.
Un adiós marcado por la tradición y el dolor
El cuerpo de Adriana fue llevado por familiares y amigos, quienes, siguiendo los usos y costumbres wayuu, tomaron el control de la situación sin intervención de las autoridades, como es habitual en su cultura. La tristeza que embarga a su comunidad se refleja en cada gesto, en cada mirada, mientras tratan de sobrellevar la tragedia en medio de sus rituales de despedida.
A pesar del respeto por las tradiciones, queda una sensación de impotencia ante la impunidad que rodea este tipo de casos, conocidos como atropellos de ‘carros fantasmas’, que son tan comunes en las calles de Riohacha como el viento que barre sus polvorientas avenidas. La ausencia de justicia para la familia de Adriana solo agudiza el dolor y deja una herida abierta en una comunidad que busca, entre lágrimas, consuelo y respuestas.
Un llamado a la solidaridad y justicia
Este tipo de accidente no solo exponen la vulnerabilidad de los wayuu en las áreas urbanas, sino también la precariedad en el control vial de la ciudad. Las calles mal iluminadas y la falta de medidas efectivas para evitar este tipo de tragedias son una amenaza para las comunidades que habitan y transitan en estos sectores. El silencio cómplice de los conductores que no enfrentan sus responsabilidades solo perpetúa una cadena de sufrimiento.
Mientras tanto, la familia de Adriana, sumida en el dolor, apela a la solidaridad de sus seres queridos y espera que, a pesar del difícil contexto, la justicia pueda actuar y evitar que este sea un caso más en las estadísticas de olvido. Adriana Barros Epieyu, como muchas otras mujeres wayuu, merecía un futuro diferente, uno donde las calles no fueran una trampa mortal y donde la vida fuera valorada, respetada y protegida.