Caminar es una dicha

Alejandro Rutto Martínez
Alejandro Rutto Martínez
Periodista, administrador de empresas, docente catedrático. Ha desempeñado cargos públicos. Actual secretario de Hacienda municipal . Ha publicado 7 libros y ha ganado en dos ocasiones el Premio Cerrejón de Periodismo.

Sí señor, caminar es, en efecto una dicha. Pregúntamelo a mí que he tenido la rutina de ir a pie de un lado a otro durante todas las estaciones de mi vida.

He gozado como un niño grande de ese placer el cual me permite ver a la gente, sin afanes, de estrechar la mano de mis amigos, saludar aún a quienes no conozco y examinar y conocer casi todas las baldosas, adoquines y gránulos de arena de las calles por donde me muevo. 

Eso de andar como yo ando, es un placer que ni los millonarios ni los famosos pueden dárselo, porque creo que sus hábitos y sus esquemas de seguridad no se lo permitirían.    

Con el anterior preámbulo estamos listos para comprender algunas de las cosas que deseo compartirles a continuación y de las cuales solo podemos hablar con autoridad quienes hemos desarrollado la costumbre de caminar más que loco nuevo. Comencemos entonces con algunos apuntes:

  1. Al caminar entendemos que ese ejercicio es vida. Por eso lo recomiendan los médicos, lo indican los entrenadores y lo promueven  los amantes de la naturaleza. Al caminar, pero lo que se dice caminar, se van algunas calorías, se suda de lo bueno y se disminuyen algunos centímetros en la circunferencia abdominal.
  2. Al caminar descubrimos por nuestros propios medios que en todas las ciudades (bueno, casi en todas), los andenes dejaron de ser espacio público y se convirtieron en minúsculos centros comerciales sin los cuales no podría sobrevivir la economía del rebusque propia del sistema capitalista.
  3. He aprendido a que los caminantes no tenemos ningún derecho frente a los vehículos. Siempre debemos cederle el paso a los carros, motos, motocarros y bicicletas. Y si por un descuido nos atravesamos o vamos por la calzada nos atropellan sin misericordia.

En el mejor de los casos nos asustan con sus bocinas o nos insultan desde el bólido que nos hizo el favor de frenar para no segarnos la vida. Me pregunto: ¿en qué ley dice que los ciudadanos motorizados son más importantes que quienes van a pie?

  1. He aprendido a saludar a quien me encuentre en el camino. A todos, a los niños y a los jóvenes, a los adultos y aún a los más adultos. Algunos me contestan y otros no. Cuando ocurre esto último no me preocupo, yo cumplo con el deber de la cortesía y el de la urbanidad. Si ellos no cumplen con el suyo…no pasa nada, mañana los saludaré de nuevo.
  2. Caminar implica correr el riesgo de pasar cerca de alguien sin percibir que está ahí. ¿Se imaginan lo que eso significa cuando se trata de personas delicadas, sensibles y propensas a resentirse con el prójimo? Tal vez esto no le pase a muchas personas pero sí a quienes caminamos y además tenemos el defecto de ser miopes confesos.

En estos casos no se hacen esperar los calificativos de “presumido”, “arrogante” soberbio o las traumáticas expresiones que algunos indolentes me han lanzado “la plata se acaba” o “usted sólo saluda cuando está en política”. Yo ofrezco excusas con humildad pero en el fondo me digo a mí mismo: “si él también me vio, ¿por qué se abstuvo de saludarme primero? Respuesta: para reservarse su derecho a reclamar.

  1. He aprendido que es mejor caminar en la mañana bien temprano o cuando la tarde se vuelve “tardecita”, porque el sol muerde duro, deshidrata y a largo plazo produce heridas en la piel que ni mis numerosas pecas serían capaces de evitar.
  2. He aprendido que los raponeros, perros, ladrones, atracadores y otros animales (me perdonan los animales por meterlos en el mismo saco) siempre están al acecho, razón por la cual hay que elegir bien los lugares y las horas por donde se puede caminar. Hay momentos y lugares  en los que mejor es abstenerse de caminar, más aún cuando vamos solos.

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