Poco antes de las diez de la mañana de ese sábado, N despertó, al abrir los ojos y mirar el cielo de su cuarto vinieron dos ideas y una sensación, lo último no lo precisaba, era algo que en las últimas semanas lo agobiaba, saber que debe hacer algo, pero no recordarlo con exactitud, al poner con una ligera precisión ambos pies sobre sus chancletas notó que ella lo miraba con ánimo de decirle algo, pero nunca lo hacía solo lo miraba.
Caminó hasta la cocina y recordó el asunto entonces se habló así mismo y ella hizo un ademan con su cabeza como diciendo -será uno de esos días en los que voy y vengo-, se acercó a él y lo rozó con cierta brusquedad, entonces le dijo “calma Dorotea primero lo primero ya miramos que hacemos” lo primero era el café, ese día lo preparó con mayor detalle casi que se imaginaba los sorbos antes de que estuviera listo.
Lista la bebida, se sirvió y se sentó en una silla ‘semiplayera’ que la compró y se imaginó descansando los domingos algo que en esa forma no había ocurrido hasta esa mañana, entonces inició el repaso de momentos con cada sorbo de café, justo en ese instante Dorotea que se encontraba a su lado articuló su cuerpo en postura de arqueo y se retiró.
N repasó algunas ideas para la semana que venía, al fondo podía escuchar levemente algunas canciones de Sabina, de hecho, la aplicación turnaba de forma aleatoria entre él y Milanés quizás se escurría alguna de Silvio, pero la parada musical de ese día estaba dada por el Andaluz.
Entre la música, el café, las ideas de programación para la semana y la huida de Dorotea pensó en algo que le venía de manera recurrente durante los últimos años, la sensación que algunas canciones y escritores por cierta complicidad de los destinos reflejaban en sus historias las líneas propias de la vida de todas las personas, así lo creyó por algunas lecturas de Saramago, Millás, Ruiz Zafón y por específicamente en su caso 5 canciones.
Seguía sentado pero ahora con las piernas un poco estiradas, el aroma del café se empezó a mezclar en el aire de la mañana, que ese día era fresca, con algunas notas florales que emanan de las plantas que su vecina tenía en el balcón, ello resultó a tal punto agradable que recordó la sensación de las calles arenosas en Riohacha con ese viento frío del mar, el nordeste que le llaman, un aire que recoge a su paso muchos días y sensaciones como si fuera una de las formas en que Dios pasa su mano por tu cabeza a modo de caricia maternal.
Reclinó su cabeza y recordó a la mujer de su vida, sus notas mestizas y su aire de alegría, su cabello lacio y negro, su tono de piel, pero sobre todo su perseverancia y esfuerzo, en ese estado corporal inclinó la cabeza al lado izquierdo y notó que Dorotea lo miraba con soslayo y un aparente desinterés, él le dijo “sabes que tu vida y la mía no son más que interferencia de momentos por los recuerdos, fíjate ahora, sin embargo, siempre me acompañaras”.
N pensaba que si Dorotea fuera una persona para su caso sería una mujer anciana de cabello entre canoso, siempre recogido con un moño rudimentario y vestimenta larga, la veía en una mecedora en mimbre y tejida, dónde seguramente su frase recurrente para él seria ‘¿ya comiste?’.
El día transcurrió entre recuerdos y cafés, esporádicamente tomaba una lectura de un libro que recientemente le habían regalado, Dorotea en ciertos momentos acudía a su compañía, pero por alguna razón cada que N auscultaba algo de su vida en sus pensamientos ella se retiraba, como si el gusto de su presencia ante él no pudiera tener ninguna compañía distinta a sus dos cuerpos y mentes, casi que en blanco.
Lo curioso es que justo cuando ella se acercaba a él luego de alguna caricia, a N algo se le venía a la mente como si ese fuera su propósito en la vida de él, como si esa fuera la finalidad de su presencia, al final fueron a dormir ella se quedó un poco rezagada, él la miró y le dijo “vamos mi eterna evocación es nuestro momento inescindible del día”.