Los dinosaurios que conocí durante la pandemia

Deibis David Amaya Pinedo
Deibis David Amaya Pinedo
Ingeniero de sistemas, certificación ITIL V4, docente por vocación, tutor de comprensión lectora y producción de texto en la universidad de La Guajira. Estudiante de Licenciatura en Etnoeducación. Fundador y editor de revista literaria La Iguaraya, escritor.

Los primeros días de la pandemia fueron placenteros, bueno, al menos para mí. Empecé a madrugar con mayor frecuencia y salía a correr de vez en cuando para mantener los músculos fuertes y hacerlos más robustos.

Construí una nueva rutina a base de lecturas devoradas años atrás, en mi época de universitario marginal en Valledupar; y después de varios meses, por primera vez lograba escribir algo digno de leer sin bostezar antes del primer párrafo; pero los escritores somos así, sobre todo los que escribimos cuando se nos aparece la imperiosa necesidad de hacerlo.

En la medida que fueron desarrollándose los nuevos hábitos, la pandemia doblegaba los medios nacionales e internacionales; y sin embargo, el apremiante sentido de la voluntad que llevaba colgado a los huesos, demostraba poca sensibilidad hacia los asuntos del mundo. Aunque la humanidad se debatía entre la vida y la muerte, nada de eso afectaba mi entorno y nada parecía afectarme.

Las carretillas de verduras madrugaban cada día repletas de aguacates, tomates, cebollas, guineos y otras verduras del trópico. Escuchaba los gritos endemoniados y el ruido aciago de las llantas girando con dificultad sobre los ejes oxidados a primera hora del día.

Más tarde, las motos humeantes relinchaban como caballos desbocados haciendo piruetas en busca de pasajeros y otros vendedores sin dueño, aparecían y desparecían en el inclemente sol, como si fuesen seres divinos abandonados en la tierra obligados a cumplir una penitencia.

Una de aquellas noches, el Presidente hizo una locución al país que se prolongó durante cuarenta y cinco minutos. Por cuarta vez se extendió la cuarentena e insistió en el uso de tapabocas y guantes para salir al exterior. Las carreteras cerradas al igual que los aeropuertos. Nadie entraba, nadie salía.

Por su parte, los vecinos que solían enterarse de lo que no se debía enterar, siguieron desfilando entre la terraza y el interior de sus casas, organizando los pormenores de los nuevos sucesos y la actualidad del vecindario con el fin de trasmitirlos de la mejor forma posible a los otros. En la casa contigua, finalmente hubo una separación contundente entre la pareja de esposos, después de varios meses suspendidos de un hilo de cariño fingido.

Al parecer, la señora se divertía aceptando solicitudes de hombres ajenos en la redes sociales y en ocasiones, inventaba salidas imprevistas al médico para tener encuentros furtivos con alguno de ellos. Todo se descubrió por la convivencia obligada a la que estuvieron confinados y los secretos salieron a relucir más pronto que tarde.

El esposo tampoco se quedaba atrás y varias veces fue visto por los ojos del barrio, cuando ingresaba a los moteles con jovencitas universitarias que conocía en el oficio de taxista. El único cambio visible consistió en la incorporación de las clases virtuales para contrarrestar el efecto de la pandemia en las actividades educativas. Los estudiantes dejaron de asistir al colegio y demoraban horas frente a las pantallas de dispositivos electrónicos recibiendo las nuevas enseñanzas, aunque realmente las desarrollaran con poca motivación al estudio.

De vez en cuando, las ayudas fantasmagóricas del gobierno llegaban al sector y ni hablar de los puntos de pago donde se apretujaban las personas para cobrar el ingreso solidario. La semana pasada, dos mujeres extranjeras formaron una tremenda batalla campal en medio de la fila, básicamente por un salto no permitido en el turno siguiente.

Así transcurría la pandemia. El problema de la escasez de agua se agudizó en Riohacha, las tiendas cerraban más temprano por las medidas implementadas por la alcaldía y las rondas de policías incrementaron aunque la cifra de robos siguió igual. El servicio de Internet banda ancha no mostró mejoría, las facturas de servicios públicos seguían atormentado las hendijas de las ventanas y las puertas.

Además se disparó la venta de computadores, tabletas móviles, cámaras web y celulares. No imagino cuándo acabará la pandemia, en este confinamiento es muy difícil predecir qué pasará.

Por lo pronto, trataré de escribir un relato sobre dinosaurios, aunque de esos animales no me gusta escribir mucho.

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