El domingo para el señor K inició un poco tarde, las copas de la noche anterior ante los predicados solitarios de algunas canciones poco conocidas por las personas que habitualmente lo rodean, lo llevaron más allá de las horas aceptables para ir a dormir a su edad, o por lo menos en la normalidad que implicaban últimamente los sábados para él.
Entre la pesadez de la resaca y la intensidad del sabor en su café, caminaba con cierto letargo apremiado por una silla cómoda que se ubicaba en el balcón, sin dejar de estar atento a una noticia que le llamó curiosamente la atención, no tanto por la noticia en sí, sino porque le recordaba algo que los efectos del vino hasta ese momento no le permitían precisar.
El día se anunciaba gris pero con una humedad fastidiosa, un clima propio de los ánimos impredecibles como los que divagan entre las risas y la evocación de recuerdos en amargura, de repente lo recordó, la noticia hablaba de unos ancianos que vivían en grados extremos de miseria, por ello se estaba adelantando una campaña para reponer algunas cosas viejas y anticuadas y en alusión a una especie de ejercicio metafórico la noticia aludía a que dormían en un rincón poco apto, sin embargo la expresión del rincón quedo en la cabeza del señor K.
Degustó de manera diferente el café y sonrió porque acudieron a él las ideas de un libro, la Puerta de Magda Szabo, la historia de una mujer bastante adulta con un secreto en un cuarto, algo alejado de la sociedad, detenido en el tiempo y evocador del sentimiento por la nostalgia.
Se adentró en la sala y vio a su izquierda, volvió a sonreír y anotó con la mirada “su rincón” pero no de cosas desechadas, sino más bien de elementos físicos que lo transportaban por las procuras de la decoración a ideas de tiempos y conceptos desechados por otros, pero apreciados por él.
Allí estaban, sobre una fina mesa de madera en roble con detalles modernos una amarillenta maquina Brother de Luxe R-300 a la que le faltaba la tecla T y donde quería escribir las ultimas siete paginas de su libro, en la esquina izquierda de la mesa y recostada en forma vertical sobre la pared tenía una versión conmemorativa de cien años de soledad, con ilustraciones en donde la primera imagen era el árbol genealógico de la familia Buendía; una réplica de un fonógrafo de madera con un extendido de corneta en plástico cuyo color daba la sensación de ser en metal.
Sobre la mesa también estaban un cactus que en cierta forma se alineaba a la idea del libro nobel, quizás porque los orígenes de la Familia daban su peregrinación desde La Guajira donde el cactus es símbolo de adaptabilidad y resistencia. Se observaba una vela con notas entre florales y vainilla que según el señor K evocaban algunos capítulos de un libro, como si lo que se lee se pudiera oler.
Tenía 5 libros, tres de ellos con ciertos tintes de existencialismos, ideas que eran recurrentes en sus historias, y dos sobre mundos futuros y distópicos, quizás la de una sociedad regida por lo banal, falta de contundencias y valor por la propiedad de la historia, tímidamente de vez en cuando aparecía un libro de una antropóloga francesa que habla sobre el papel de la lectura en los jóvenes de la sociedad actual.
Todo eso lo detalló en ese momento y guardando el nivel de las proporciones se precisó como Emerenc en el libro de Zsabo, con su rincón propio, lleno de secretos y objetos con entrañable valor moral, histórico o conceptual, que, aunque puedan acudir a parámetros vetustos, son más que eso.
La simbología o lo peyorativo que pueda implicar aludir al rincón no se simplifica en el hecho material de llevar lo inservible o poco útil a ese recóndito o sucio espacio; el rincón quizás será el ejemplo de cómo en el espíritu o en el espacio personal acudes a lo sublime, donde atrapas las ideas, los recuerdos, la representación de un pasado que al presente permite remembrar con cariño, nostalgia o apego al camino, incluso el de otras personas como hace con los libros el señor K.
Comprendido el valor de las letras, el valor de los objetos o momentos, al final todos tienen un rincón donde acuden a recargarse, o a reencontrase, un lugar real o imaginario, pero en nada desechado al olvido sino por el contrario construido por el pasado para el futuro,