Por Diandra Pinto – columnista
Colombia está enferma de violencia, iniquidad, pobreza, desempleo, desnutrición y mucho más. Estos males encuentran sus síntomas en quienes llevan las riendas del país: la indiferencia y la corrupción.
Indiferentes han sido nuestros mandatarios con el pueblo que con esperanza los eligió, e igualmente indiferente ha sido esta sociedad para alzar la voz.
“¿Adónde vamos a parar?”, me preguntaba y frustré mis palabras por no encontrar respuestas aun cuando la vacuna ha estado siempre ante nuestros ojos: ¡educación!
Hemos fracasado en el intento de recomponer el rumbo de un país bañado de sangre y dirigido por criminales de cuello blanco que protagonizan películas reales en las que ayer se hablaba del Proceso 8.000 y hoy de Odebrecht.
Cómo transformará el país una población en la que solo tres de cada mil jóvenes escolarizados leen de manera crítica y menos del 2 % de la población tiene un nivel avanzado en argumentación, deducción e inferencias, según las últimas pruebas Pisa y las últimas Saber, respectivamente.
La Guajira y el resto del país han sido dirigidos por maestros de la falacia que logran sus propósitos corrompiendo al pueblo, entregando dádivas, comprando votos y vaciando las arcas de la nación, entendiendo que somos una sociedad con bajo nivel educativo en la que se ha invertido más en guerra que en educación.
Si es alarmante que un niño levante un fusil, también debe serlo las causas de ello: que apenas hace dos años educación pasó a tener el rubro con mayor destinación de recursos en Colombia; que el nivel de lectura del 70 % de los niños y jóvenes de Colombia pertenecientes al sistema educativo apenas llegue a ser básico; que el nivel de progreso en competencias lectoras para instituciones públicas de La Guajira sea avanzado apenas en un 1 %; que las instituciones educativas públicas guajiras están calificadas apenas en 51 sobre 100 en seguimiento al aprendizaje…
Esto manifiesta la necesidad de trabajar en el mejoramiento y potenciación de la educación, entendiéndola como una herramienta para formar mejores seres humanos, tolerantes, con capacidad de disertación, discernimiento y pensamiento crítico.
Dejemos atrás ese sistema educativo conformista y represivo que parece concebido para que los jóvenes se adapten por la fuerza a un país excluyente y empecemos a trabajar por una educación que inicie en la cuna y acabe en la tumba, reflexiva, que inspire un nuevo modo de pensar y conlleve a entender cuál es nuestro rol en una sociedad susceptible de transformación que espera ansiosa a esa generación que emerge entre letras y tertulias y que puede forjar otra Séptima Papeleta.
La educación, órgano rector del cambio social, es la vacuna contra nuestras enfermedades y el alimento de la paz, la inclusión, la democracia y el desarrollo.
Señores mandatarios, centren sus recursos y esfuerzos hacia la educación. Solo así se transformará a Colombia y La Guajira.
Moriré diciendo lo que John Lennon en Imagine: “Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único”.