Los años sesenta y setenta, además de ser la época del esplendor y la vida agitada del comercio de Maicao, fue el tiempo que marcó, además, el desarrollo de la ciudad en otros aspectos. Un ejemplo de ello es la radio y otro es el cine.
Para esos tiempos llegó a tener Maicao cuatro emisoras cuya potencia en antena les permitía cubrir gran parte del Caribe colombiano, zona occidental de Venezuela y algunas islas del Caribe. Además, a Maicao llegaron varias de las voces más reconocidas de la radiodifusión sonora y periodistas de otros departamentos, atraídos por la magia de un pueblo del que se hablaba en todas partes.
Pero lo nuestro hoy es el cine. De la radio hablaremos otro día y será muy emocionante lo que entonces les contaré.
Durante esa época, cuando Maicao florecía como una matica del desierto, que tímidamente muestra al mundo sus primeras flores y su población comenzaba a ser grande en relación con su edad, llegamos a tener cuatro teatros, que era como se le llamaba a las salas de cine: Sandra, Ebelis (sí señor, con B labial, según las revistas de la época), Imperio y México.
De todos, el más antiguo era el Ebelis, de cuya existencia en los años cincuenta hay pruebas fotográficas. Todos ellos comenzaron a hacer tránsito desde el ciclo de la realidad tangible y diáfana hacia las borrosas páginas de la leyenda.
Las generaciones de quienes asistieron al Ebelis poco hablan y del México se sabe muy poco, al parecer su vida fue efímera y no alcanzó a inscribirse en los renglones del recuerdo.
En cambio a los nostálgicos del Cine Sandra y del Imperio se les quiebra la voz al recordar su primera película mexicana, las empanadas con agua de panela que vendían en la puerta y hasta los rostros de quienes trabajaban en la portería.
Mi amigo Raúl Celedón, por ejemplo, recuerda que lo llevaron por primera vez al Teatro Sandra en 1972 a ver una película argentina llamada Dios se lo pague, protagonizada por Arturo de Córdova y Zully Moreno de la cual, dice, lo marcó para toda la vida, por su trama acerca de un mendigo que pide dinero en la puerta de una iglesia y después se hace millonario y consigue el amor de una bella dama…
Hasta ahí recuerda Raúl, quien, como buen coleccionista, conserva el folleto de la propaganda con la que se promocionaba entonces esa película.
De mi parte yo recuerdo que era un salón al aire libre en forma rectangular en cuyo interior había cinco hileras de sillas metálicas y oxidadas. Al frente estaba situada una gran pantalla blanca, a las espaldas de los espectadores un mezzanine en donde estaban los equipos de proyección. Arriba, el teatro tenía por techo la luna, el cielo y las estrellas, lo que le daba un toque de absoluto romanticismo a las veladas nocturnas.
La especialidad del Sandra eran las películas mexicanas, con muchos sombreros de ala ancha, caballos y pistolas, lenguaje cantinflesco y finales felices en los que el galán, después de mucho sufrir y luchar, lograba obtener las preferencias de la bonita de la película y se iban caminando juntos por un camino tapizado de flores.
Lo único que interrumpía la felicidad era cuando la lluvia sorprendía a los espectadores en lo mejor de la película. O las veces en que el viejo rollo se atascaba y la función quedaba a medio terminar, lo que despertaba ciertas reacciones como la de los espectadores que descargaban su rabia arrojando las botellas vacías contra la indefensa pantalla.
Durante algunos años el portero del teatro fue Napoleón, un muchacho acuerpado y mal encarado cuyo permanente mal humor era remedio eficaz para alejar a los tramposos polizones en sus planes de colarse sin pagar, aunque resultaba poco eficaz para que alejar a los gorreros que desde los edificios vecinos se asomaban al balcón o a la ventana para disfrutar de las películas. En todo caso “Napo” era un enamorado de la portería, tanto así que también era portero del equipo de fútbol de sexto en el colegio San José y por eso Ricardo Ramos, el más observador, le decía “Doble Portero”.
Quería hablarles también del Teatro Imperio, pero será otro día, porque el espacio ya se agotó y probablemente también la paciencia de los lectores. En todo caso, muchas gracias por leer mis nostalgias. Que Dios se les pague.