Padilla: El Nelson colombiano

Amylkar David Acosta Medina
Amylkar David Acosta Medina
Expresidente del Congreso de la República, exministro de Minas y Energía, miembro de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas y miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Docente e investigador de las universidades Externado de Colombia, Los Andes y Rosario. Autor de 44 obras publicadas.

Con un Tedeum, presidido por el Obispo de la Diócesis de Riohacha Monseñor Francisco Ceballos, un desfile y una parada ante el monumento que se levanta en su honor en la plaza principal de Riohacha que lleva su nombre, se conmemoraron por parte de la Academia de Historia de La Guajira que preside el jurista Orlando Vidal Joiro, los 238 años de nacimiento en la Villa de Pedraza, entre el distrito de Riohacha y el Municipio de Manaure, este 19 de marzo del Almirante guajiro y prócer de la independencia José Prudencio Padilla López.

Padilla, el coloso del mar, exaltado por la historia como el Nelson colombiano, por su intrepidez y heroísmo, quien se coronó de gloria con el triunfo en la Batalla naval del Lago de Maracaibo el 24 de julio de 1823, que fue en el mar lo que la Batalla de Boyacá en tierra firme en la consolidación de la independencia de la Gran Colombia de la coyunda de la Corona española.

Nos recuerda el reputado historiador Carlos White Arango, a propósito de Padilla, la sentencia de los sabios en los areópagos de Atenas: «Comparezcan las partes dentro de cien años«. En el caso que nos ocupa ya comparecieron y Padilla fue rehabilitado tras un fallo inapelable de la propia historia, que destaca su lealtad a toda prueba y su encendido patriotismo, que no pudieron eclipsar sus detractores ocasionales, resplandeciendo fulgurante su figura señera e incontrastable.

Inició su carrera como mozo de cámara de la Marina Real; en ella hizo sus primeras armas. Bien pronto, sus dotes de marino avezado y corajudo lo catapultarían a encumbradas posiciones, las que le servirían de crisol en la forja del patriota integérrimo y de dura cerviz que lo caracterizaron, que pusiera en jaque a la otrora Armada invencible del Imperio español. Se constituyó Padilla, en abanderado de la causa de la independencia en los dilatados horizontes de nuestros mares, desplegando las velas de la libertad y anclando en el Lago de Maracaibo el mástil de nuestra emancipación definitiva.

Siempre estuvo él en el ojo de la tormenta en los procelosos tiempos de la gesta independentista; con su arrojo y valor indescriptibles escribió las mejores páginas de nuestra historia: ora en la batalla memorable de Sabanilla, en la de la Laguna salada, en la Noche de San Juan, ora la del Lago de Maracaibo, donde las quillas anhelantes de las naves de Padilla siguieron su ruta de triunfos altaneros, alcanzando allí el cenit de su gloria y de su fama.

Llegado el momento decisivo de la confrontación entre las fuerzas realistas y las patriotas en el Lago de Maracaibo, definió la contienda en favor de estas y, a mandoblazos, desbrozó el camino que hizo crepitar el vasallaje español y vapulearía los restos de este. La batalla del lago de Maracaibo fue en los mares, lo que la batalla de Boyacá en tierra firme. Sin el triunfo de aquella, no se habría podido consolidar ni recoger los frutos de esta última.

Alcanzada la independencia, nimbado por la gloria, Padilla se constituyó en uno de los artífices de nuestra primera República. Pero la zalamería, los recelos, la inquina y las torvas estratagemas de sus solapados adversarios, lo malquistaron con el Libertador Simón Bolívar. Fue este el execrable camino escogido por los pérfidos ujieres palaciegos, para llevar hasta el cadalso al Heraldo de nuestra independencia recién alcanzada. Mariano Montilla, de la mano de Urdaneta, sería el encargado de fraguar el artero golpe, propalando la especie de que Padilla se contaba entre los conjurados de la aciaga noche septembrina.

Eran aquellos azarosos tiempos para la República, en los que cernía sobre ella la amenaza de la entronización de una abominable tiranía. No era Padilla hombre de contubernios; nunca puso su espada al servicio de causas innobles.

Hay quienes sobreviven acomodándose, como decía Ingenieros «pasando del timón al remo». No era padilla de esa laya; su reciedumbre de carácter le impedía ser lisonjero y complaciente de los detentadores del poder. Ello hizo más fácil la vitanda acción de sus adversarios, en su coartada de tratar de involucrarlo en el nefando complot contra el Libertador. Bolívar, atormentado y obcecado por el pertinaz empeño del corro de sus aduladores, compelería al héroe riohachero, en medio de sus cavilaciones, a hacer suya la reflexión de Rubén Darío: «Águila que eres la historia, ¿dónde vas a hacer tu nido? ¿En los picos de la gloria? ¡Sí, en los montes del olvido!» Cruel final se le deparó al Almirante Padilla: degradado primero, fusilado luego y escarnecido en la horca después.

Pero, con su gesto altivo y temerario, triunfó sobre su vil sacrificio, como el Cid campeador. Él, igual que Córdoba, acobardó a sus verdugos con su temple y valor indomables y ocupa un sitial especial por su bizarría, como ejemplo vívido para la posteridad. Sus despojos mortales reposan en una cripta en la Catedral Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha, capital del Departamento de La Guajira, la cual fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación Colombiana en su honor.

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