“¿Cómo así?” dijeron los primos Beto y Ova en Maicao.“¡Nojoñe! Ahora sí, anda el primo soyao” comentaron Teresa y Silvia Saurith en Villanueva. “Vea usted, a mi compadre lo tendrán bien trabajao”, dijo Nando ‘El Indio’ en Tigreras. “Cacho anainmüinmí, taya nnojo señor” (cacho a mí, no señor), decía un Wayuu en Majayura.
Todos estaban intrigados y querían saber el porqué de esas cuatro palabras, que desdibujan el machismo natural del guajiro y de aquél, que lo lleva en sus venas y costumbres.
Todo inicia en uno de los pueblos mágicos con que cuenta La Guajira, tierras que se impregnan en el corazón como la primera novia. Lugares con cientos de anécdotas que los mantendrían despiertos todo un día y noche.
Así es Matitas, donde las parrandas eran sagradas, con una fuerza atrayente como el imán, que una vez empezada uno no se movía, así lo hiciera la tierra.
Un día, envuelto en el sentimiento por la pérdida de un amigo, inicié en el mundo de las composiciones. Recuerdo, tuve el apoyo de varios amigos y de mi compadre Nicasio, hombre de buen oído y todo un conocedor del vallenato clásico, que tanto disfrutamos.
Tenía mis ratos que no nos veíamos, residía en Santa Marta, por lo que, en una de mis amanecidas, un sábado por la madrugada, me fui a la salida de la ciudad, rumbo a Riohacha, quería parrandear con Nicasio, Pipón y Odulis, darles a conocer una de mis canciones donde mencionaba a uno de ellos.
Así fue, llegué a las 8 a. m. a su casa y al verme prendido en el trago, nos fuimos para donde “La Cachaca” un pequeño estadero cerca del Comando de Policía. En medio de “frías van, frías vienen”, le comenté de la canción, preguntándome el tema, le dije: “Que me peguen cacho”. Para qué fue eso, se levantó de la silla diciéndome: “usted está jodido, ¿cómo se le ocurre sacar una canción con ese tema? “A mí no me vaya a mencionar ahí”.
Le dije: La canción está buena, escúchela, exclamando: “Qué buena va estar, con ese título ¡mmmm!, ombe, sea serio”.
Le cambié la conversa, luego veía que llamaba a todo el que pasaba por ahí:“venga, tómese una”, así, poco a poco vi pasar por la mesa a varios conocidos de él. Hasta que llegaron unos que eran músicos y se sentaron en otra mesa, escuchándolos que querían llevar una canción al ¡Festival de la Pajará! y empezaron a cantar una tras otra, por lo que una vez estando picao, no me iba a quedar con esas e inicié con el tono bien acentuado a cantar la tan esperada canción:
“Compadre Nicasio, yo gozo la vida
y existen los sapos, que se mortifican
La mujer que tengo ahora, la tienen de boca en boca
me dicen que ella es muy loca y que no le paro bolas.
Si me voy a beber, enseguida ella se pierde
Yo no sé, pero a usted, de pronto hasta le conviene
(…)”
Terminé la primera estrofa y todos a reírse por la jocosidad de la letra de mi canción, hasta la cachaca bajó la música para poder escucharla, riéndose, dando plena señal, que también le gustó.
Está buena dijo Nicasio con su sonrisa picaresca y observando a los de la otra mesa, sacó pecho y exclamó:“Termínela, aquí está el Papujo”.
“Compadre Nicasio, eso no es mentira,
Usted bien lo sabe, que gozo la vida.
Siempre van a molestarme y nunca les hago caso,
Cuando me acuesto borracho, no veo nada al levantarme.
Ya no hallan qué hacer, siguen con la misma friega
Dios creó a la mujer, pues que Él vaya atrás de ella.
(…)”
Al terminar, hubo carcajadas y comentarios, incluso de transeúntes que, por mi timbre de voz, se alertaron de esa canción inédita que apenas escuchaban.
Así sucedió con “La Plata” del Gran Calixto Ochoa (q.e.p.d.), muchos malinterpretaron aquella parte de la canción que dice:
“Por eso la plata que cae en mis manos
la gasto en mujeres, bebida y bailando”
Era solo, un decir jocoso del autor. Ni Calixto botó la plata y yo, ni por el putas, consiento un ¡CACHAZO!