¿Quién es un buen Abogado?

Alfonso Povea Anichiarico
Alfonso Povea Anichiarico
Abogado, comisario Nacional de Policía, vicerrector administrativo y profesor de universidad del Tolima, juez penal municipal de Maicao, juez tercero de instrucción criminal de La Guajira, alcalde de Fonseca, asesor jurídico Caja de Previsión social de Cundinamarca y Notario Único de Riohacha durante 24 años.

La abogacía no es un sacramento académico, sino una acumulación de conocimientos profesional. Hay títulos universitarios que no son de «Abogados», sino de «Doctor en Derecho y Ciencias Sociales o políticas, expedido con la idoneidad para poder ejercer la profesión de Abogado». Basta, pues, leer para saber que quien no dedique su vida a dar consejos o asesoría jurídica y pedir justicia en los juzgados y tribunales, será todo lo doctorado que quiera, pero  Abogado, no.

En la Universidad se proporciona una formación metodológica en la carrera de Abogado, que ni siquiera sirve para eso. De la facultad se sale sabiendo organizar huelgas, apedrear vitrinas y escaparates en manifestaciones, lanzar insultos contra el imperialismo Yankee, discutir sobre política, acosar modistas, abrir las puertas a empujones, y otro segmento de conocimientos tan variables como interesantes.

El conjunto cultural del alumno más aventajado no pasa de saber repetir de diferente forma -tanto como algunos profesores- el «concepto de la introducción al Derecho», la «idea del Estado», la «importancia de la Democracia», la «razón del plan» y la «lógica del método», siendo cada una de ellas importante para el respectivo catedrático. De allí para adelante nada.

En la mayoría de nuestras facultades se enseña la historia del Derecho Romano, se aprueba el Derecho civil sin una amplia explicación de la causa en las obligaciones, se explica la ¡¡Economía política del siglo XIX y parte del XX!! en  insuficientes veinte o treinta lecciones, se ignora el Derecho social de nuestros días, se rinde culto a la ley escrita y se prescinde totalmente de todo elemento consuetudinario nacional en regiones totalmente diferentes, se invierten meses en aprender de memoria las teorías del Derecho Puro de Kelsen y se olvidan de la enseñanza del Derecho municipal y Agrario tan fundamental y necesario en toda comunidad.

A cambio de sistema decente tan peregrino los profesores siembran en la juventud otros conceptos inesperados, que la tarea del profesorado debe quedar supeditada, por sí sola a situaciones sociales confusas y azoradas, usando un léxico que de una forma u otra represente la ideología a la cual pertenece.

En tal circunstancia, sería inútil seguir la enumeración, si se puede correr el albur que la enseñanza aplicada en rigor, sólo ofrece el riesgo de que el alumno resulte un teórico pedante, un rebelde sin causa, o un anarquistas confusos distorsionados.

Más dejemos de lado todo lo antes expuesto. Y supongamos que las facultades de Derecho se rediman y contribuyan a la enseñanza de la moral y la ética como debe ser, y contribuyan eficazmente a la formación técnica de sus alumnos; aún así, el problema seguirá siendo el mismo, porque la formación cultural es absolutamente diferente de la formación profesional y un excelente Doctor puede ser un Abogado detestable.

Ya que en las profesiones -cualquiera que ella sea- la ciencia no es más que un elemento, que junto a él operan el hábito, la educación, la conciencia, el cotidiano vivir, y mil ingredientes que englobados, integran un hombre de bien, el cual, precisamente por su oficio y manera de actuar en la sociedad se distingue de los demás. Y es eso precisamente lo que tiene que ver las enseñanzas en las aulas con estas cristalizaciones humanas.

Abogado es, en conclusión, el que ejerce en forma permanente, no de modo esporádico la Abogacía. Los demás serán graduados en Derecho, respetables considerados, muy estimables pero Titulado en Derecho nada más.

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