Tiempos aquellos

Alejandro Rutto Martínez
Alejandro Rutto Martínez
Periodista, administrador de empresas, docente catedrático. Ha desempeñado cargos públicos. Actual secretario de Hacienda municipal . Ha publicado 7 libros y ha ganado en dos ocasiones el Premio Cerrejón de Periodismo.

Tiempos aquellos los de 1979 para nuestra tierra. Eran las épocas en que el comercio fluía y la prosperidad se veía en cada establecimiento comercial desde donde se irradiaba hacia diferentes sectores, cuadras, barrios y veredas.

Es en estos meses de música a alto volumen y de camionetas de modelos recientes cuando a los directivos del deporte en Maicao se les ocurre proponerles a la Difútbol que les den temporalmente a nuestro pueblo la sede de la Liga de Fútbol de La Guajira, lo que a su vez significó que los seleccionados de fútbol se trasladaran desde su plaza habitual, el estadio Calan Cala de Riohacha, hasta el San José de Maicao.

En lo social fue un hecho muy importante. Puntos para Hernando Urrea Acosta, Maximiliano Moscote y quienes los acompañaron en la aventura de convertir a Maicao en capital del fútbol guajiro. Todas las tardes de domingo el fútbol se volvía un acontecimiento especial que congregaba a multitudes alrededor de la cabuya que separaba al público de los jugadores.

Ese escenario con paredes a medio construir, sin graderías y sin malla de protección era el epicentro de los más importantes sucesos de cada semana en un pueblo tranquilo en donde lo más importante era la reunión semanal en la Plaza Bolívar en donde la gente aprovechaba para tertuliar, beber y ligar. El fútbol, definitivamente llenaba un vacío.

En lo deportivo las circunstancias iban demostrando con el paso de los partidos que nuestros muchachos eran fogosos, luchadores, atrevidos y comprometidos con los colores verde y blanco, pero no tenían la fundamentación de otros jugadores formados en las escuelas de fútbol de Santa Marta y Barranquilla y, en algunos casos, en las reservas de Unión Magdalena y Junior. Así las cosas, los empates se celebraban como victorias y las derrotas eran asumidas como pago de la colegiatura para ser un día iguales o mejores a ellos.

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Además, por esos tiempos vivía en Maicao gente de todas partes así que cuando La Guajira jugaba contra el Atlántico, por ejemplo, miles de barranquilleros iban a respaldar a su querido equipo, se hacían sentir con fuerza y se tomaban la fiesta para ellos. Lo mismo pasaba cuando Magdalena con su orquesta futbolera de Arangos, Palacios, González, Garcías y Valderramas venían a jugar de visitantes, pero eran más locales que si jugaran en ‘pescaíto’ o en el Eduardo Santos. 

Definitivamente las colonias de esos tiempos tenían arraigo sólo con su lugar de origen. Y los ciudadanos de las colonias curramberas, samarias, cartageneras y de las sabanas del Sinú eran mayoritarias en relación con los nativos. De este modo, La Guajira siempre era visitante aunque jugara de local, y los resultados adversos eran frecuentes.

Pero llegó un día en que ganamos, al menos en el primer tiempo. Jugaba Guajira contra Sucre y en los primeros 45 minutos ganábamos 2-0 con goles de José Manuel Blanco y Wilson Bocanegra. Una dama, de piel clara, emperifollada con vistosas prendas dignas de fiesta nocturna más que de evento deportivo, se limaba las uñas mientras una acompañante de piel morena sostenía la sombrilla que la protegía del sol. Estaba sumamente aburrida por el resultado.

“En el segundo tiempo ganamos” le decía al caballero de elegante figura que tenía al lado.

-‘Ni lo permita Dios’, decía yo para mis adentros.

A los 15 del segundo tiempo Sucre descontó y entonces se escuchó un grito de alegría enorme que debió escucharse en el propio Sincelejo.

-Te lo dije Gustavo, le decía al caballero exultante con el que compartía la tarde. Los dos corrían y detrás de ellos la morena intentaba protegerlos.

Llegó el minuto 89 y yo la miraba de reojo, con ganas de que terminara rápido el partido para disfrutar de su derrota, pero ella estaba concentrada en la lima y las uñas.

A los 90 minutos el árbitro otorgó una pena máxima para Sucre y aumentaron las tensiones. Me olvidé de la señora y sus acompañantes y me acerqué todo lo que pude a la cabuya. El jugador de Sucre, Uparela, tomó impulso, caminó lentamente hacia atrás dos, tres, cinco, seis pasos.

El silencio del momento era sepulcral. Sólo se escuchó la orden del árbitro y el ejecutante corrió con todas sus fuerzas, pateó el balón con ansias, tan fuerte como la embestida de un toro bravo en corraleja. De soslayo alcancé a ver a la señora de marras tomando impulso para celebrar.

Pero entonces aparecieron las manos salvadoras de del portero Nilson Martínez para detener el balón. El árbitro dio por terminado el partido y La Guajira ganaba por primera vez.

Quise felicitar a mi héroe pero preferí buscar a la señora emperifollada y disfrutar su derrota. Pero había desaparecido. En el lugar que ocupaba sólo encontré la lima tirada y una sombrilla estrujada.

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