UniGuajira y el profesor equis

Elimenes Brugés Guerra
Elimenes Brugés Guerra
Exrector de la universidad de La Guajira. magister en estudios político-económicos, especialista en administración de empresas, ingeniero industrial.

En la semana que pasó escuchábamos el informe de gestión 2021 de UniGuajira rendido por el Carlos Robles Julio, rector del alma mater, y sin entrar en evaluaciones que pueden quedar fácilmente fuera de contexto, basta con sopesar cifras para concluir que nuestra universidad camina por senderos que trazan los procesos de calidad institucional.

Cuando nos centramos en los programas académicos que hoy se ofertan en pregrado y postgrado, cuando revisamos los grupos de investigación cualificados y miramos la ruta de la acreditación, simplemente nos toca concluir que la institución toda avanza hacia la excelencia. Que el camino sea largo y culebrero hay que tenerlo presente, pero los procesos que se adelantan nos dicen que vamos bien, que el sol brilla en el horizonte y que no estamos en carrera de cien metros planos.

Las cifras también nos hablan de lo que se ha avanzado. Que se tengan en toda La Guajira más de 14.000 estudiantes activos, nos llena de optimismo; que se admitan por año más de 4000 bachilleres también es cifra grata, y si constatamos que se brindan 20 programas de postgrado y 22 programas profesionales que son atendidos por 161 docentes de planta y más de 200 ocasionales, sin contar los más de 1100 catedráticos y los cerca de 20.000 graduados, tenemos que entender que puede que no estemos en las grandes ligas universitarias nacionales, pero para allá vamos, si seguimos en el camino que hoy recorremos.

Pero las cifras de hoy también nos hacen echar una mirada atrás y pensar en la gente que desde el comienzo creyó en el proyecto de la educación superior en La Guajira y que echó a andar Cristóbal Fonseca Siosi apuntalado por el tesón del primer rector de UniGuajira, Álvaro Romero Effer (ambos ya fallecidos). Igual se piensa en los que no creían, en la época triste de bonanza marimbera que vivíamos en el Departamento, en las dificultades internas y externas para hacerle entender al mundo que la Universidad había nacido para quedarse y echarse al hombro el desarrollo humano y económico de esta, nuestra región siempre abandonada.

Los que participamos en esa lucha intensa por la supervivencia institucional le agradecemos al destino por habernos puesto en el camino de colocar granos de arena para que se hicieran realidad los sueños de muchos, poquísimos primero, muchísimos después, pero siempre en aumento, hasta el día de hoy.

El hoy viene del pasado, frase de Perogrullo. Y situaciones, duras en su momento, quedaron vueltas anécdotas. Como la que trataré de describir en los siguientes renglones, excluyendo nombres, pero no hechos y procedimientos que a lo mejor al día de hoy se tendrían como inaceptables. Para entenderla hay que recordar que atravesábamos lo que se conoce como la “bonanza marimbera”, donde desafortunadamente vivíamos con valores trastocados, se creía más en el negocio torcido que en el profesional honesto, y donde, hasta la deserción estudiantil era alta porque el negocio de moda atraía a la mayoría.

Estábamos en pleno fin de década de los setenta. Los poquitos guajiros que optaban por educación superior tenían que irse a otras ciudades del país y casi todos se quedaban donde estudiaban porque La Guajira no ofrecía oportunidades y todavía la era del carbón no había comenzado. UniGuajira, que todavía se conocía como Universidad Experimental de La Guajira, iniciaba sus actividades anuales en los programas de Administración de Empresas e Ingeniería Industrial determinó que le hacía falta un docente de tiempo completo que fuera Administrador de Empresas. Y en el medio nuestro, no apareció ningún aspirante. Problema serio.

Porque se recurrió a distintas universidades de la Costa Atlántica, Barranquilla entre ellas, para intentar conseguir ese docente que se atreviera a venir a La Guajira a ejercer la docencia, con un sueldo que no era alto y un medio social definitivamente hostil.

Llegado el inicio del semestre faltaba el docente que se buscaba y apareció un aspirante. Experiencia profesional, cero. Experiencia docente, cero. Recién egresado para más señas. Venía de Barranquilla pero no sé cómo se enteró de la posibilidad laboral. Apareció el profesor que para fines de este escrito es el profesor equis. El nombre es parte de la reserva, pero no los hechos que desde allí se derivaron.

Ante la falta de experiencia del profesor equis, el Rector se sacó un as de la manga: “Como Usted no tiene experiencia docente, debe demostrarle al Comité sus cualidades pedagógicas a ver si tiene una forma adecuada de transmitir el conocimiento” y a continuación sacó el libro Elementos de Administración de la autoría de Koontz y Donnell y que era de los pocos que existía en la incipiente biblioteca. Por último, mirándole a los ojos, le dijo: “Estúdiese el capítulo que dice: Administración, Ciencia o Arte. Y mañana, a esta misma hora, nos hace una exposición sobre ese tema. El Comité decidirá si se le contrata o no”.

La exposición del profesor resultó tan pobre que a nadie de los integrantes del llamado Comité que era un invento sobre la marcha, se le ocurrió dar un buen concepto. Parece que lo acosaron los nervios y en últimas no se supo si la administración era ciencia o arte o si una mezcla de los dos. Ni manejo del tablero, ni claridad en la exposición, ni nada positivo mostró el aspirante profesor equis. Quedó claro que no era el hombre.

Pero había que tener en cuenta el resto. Cuando al día siguiente le pregunté al Rector sobre la determinación a tomar, me dijo: “Tenemos que contratarlo, porque no hay más; mejor dicho, eso es lo que hay. Esperemos que se le pasen los nervios y funcione”. Funcionó, porque años más tarde era considerado por la base estudiantil como un buen docente.

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