Revende la pimpina a 20 mil, pero de ello debe sacar para el transporte y para darle a los policías por “la pasada”
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Con tan solo 18 años, Alicia Epieyú, ya sabe cómo es el negocio de la venta de gasolina por pimpina. Todos los días viaja desde Maicao, municipio donde reside, hasta el Mercado Nuevo en Riohacha para ubicarse en un sitio estratégico donde pueda vender los dos “puntos” que trae.

Es la mayor de nueve hermanos, estudiante de primer semestre de Trabajo Social en la Universidad de La Guajira. Dice dedicarse a la venta de gasolina ilegal porque debe ayudar a su madre en la crianza de sus hermanos menores y además para tener algunos recursos para sus estudios.

Asegura que no gana mucho, pero lo poco es de gran ayuda. Compra las pimpinas o los “puntos” como le dice, a 10 mil pesos y ella revende a 20 mil, pero de ello debe sacar para el transporte y para darle a los policías por “la pasada”, “siempre hay que darles”, manifiesta.

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“No me dedico a otra cosa porque con la llegada de los venezolanos, prefieren contratarlos en las peluquerías, restaurantes o en otros oficios porque a ellos les pagan menos”.

Junto a ella Maryoris Epieyú, su hermana de 17 años, quien la acompaña los fines de semana, después de salir del internado donde estudia. Alicia va y atrae los clientes mientras Maryoris se queda vigilando el puesto de venta.

Se acomoda como pueden en el separador de la vía a Valledupar, siempre con el temor de perderlo todo a causa de los constantes operativos del Esmad para retirarlos del espacio público.

Ella seguirá vendiendo gasolina ilegal, si la retiran del sitio buscará uno nuevo, pues, esa es su única forma de sustento. Su madre también tiene la misma actividad pero desde su casa en Maicao ya que tiene que cuidar a sus hijos menores. Alicia tiene el sueño de ser una gran profesional para ayudar al desarrollo de sus comunidades indígenas.